El acto de colocación de la primera piedra en una obra
Siglos de historia contemplan esta peculiar tradición
Uno de los actos simbólicos más habituales para dar a conocer el inicio de una obra es la primera piedra. Su origen, de carácter religioso, se sitúa en la antigua Roma, donde tenía por fin realizar una ofrenda a los dioses, de manera que protegieran y favorecieran el crecimiento de la ciudad.
La ceremonia, que ha pervivido hasta nuestros días, suele reservarse para obras singulares, ya sea por su relevancia para la sociedad en general, o para la institución o empresa promotora en particular.
Lo primero es confeccionar la lista de invitados, que incluirá a las personalidades y autoridades más relevantes de la localidad, provincia, comunidad o país, en función del ámbito de los trabajos, así como a los medios de comunicación.
Antes del comienzo se delimita, mediante un cordón o cinta, un rectángulo de 4 por 8 metros aproximadamente, cuyo interior albergará el hueco para la introducción de la urna. En una mesa próxima se colocan los elementos que acompañarán a la primera piedra, siendo habitual la inclusión de periódicos del día, monedas de curso legal, así como un acta con los datos más relevantes de la ceremonia.
El acto se inicia con la recepción de los invitados, una explicación de los trabajos a acometer, discursos por parte del anfitrión y autoridades presentes, así como la introducción de la urna en el interior del hueco habilitado al efecto, para lo que puede emplearse una pequeña polea. Tras el sellado, el acto finaliza, salvo en aquellos casos en los que esté prevista la celebración de un ágape como cierre.
Por supuesto, la seguridad es un elemento crítico cuya observación debe ser extremada siempre, pero aún más en un acto de este tipo, con un notable trasiego de visitantes. A este respecto, es imprescindible acotar adecuadamente el espacio donde discurrirá el evento, así como disponer de una reserva de cascos, chalecos, gafas de protección o cualquier otro elemento necesario.